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Foto del escritorJosé Angel Pernett C.

A veces el alma no alcanza para ganar batallas.

Actualizado: 24 abr


Demasiadas veces hemos reaccionado violentamente contra la búsqueda de la modernidad, prefiriendo preservar el lastre de sociedades anacrónicas, patrimonialistas, en las que la voluntad del jefe, los intereses de su clan y las recompensas debidas a sus ejércitos de parásitos y pistoleros, crean un mundo irracional de capricho político y de violencia impune (...) Carlos Fuentes, en "Valiente Nuevo Mundo"

 

El presidente de Colombia inició su gobierno con la siguiente frase: "Hoy la política no se divide en derechas e izquierda. Se divide en si puede potenciar la vida o ayudar a apagarla”. Y el Plan Nacional de Desarrollo se llamó, desde entonces, Colombia, Potencia de la Vida. 


Ese comienzo fue, sin lugar a dudas, desconcertante para todos. El nuevo estilo y los enunciados que hacía el gobierno dejaban perplejos a unos, mientras que otros se hundían en la ofuscación que les causaba no poder contrarrestar las estrategias de gobierno. Los niveles de altanería, el agravio y la mentira resultaban pálidos respecto de lo que hoy circunda en las redes: agravios que no solo contradicen sino que también destruyen y que evidencian el nivel de inmadurez de nuestra cultura política colectiva.


Este comportamiento, como fenómeno colectivo y político a la vez, deriva del acervo de conocimientos, valoraciones y actitudes que el grupo social adquirió en determinada época, donde la escuela, a pesar de su propósito formativo y socializador, contribuyó a afianzar esas prácticas. Prácticas que, hasta el día de hoy, resultan ser herencias modeladas, existenciales, enseñadas, aprendidas y transmitidas de generación en generación. Hay evidencias en los tribunales de que en el aparato escolar a menudo se desconocen los derechos individuales, sobre todo los de los alumnos y en todos los órdenes.


No obstante, esta circunstancia, la escuela se percibe vulnerable en su función socializadora, ya que en Colombia tiene que compartir y competir en condiciones hasta desleales con los medios de comunicación de masas; incluso, en algunos casos, hasta le toca combatir contra ellos. El punto al que queremos llegar es que la sociedad colombiana, en buena cuenta y diferente a como fue en Europa, es un producto del Estado, ese que se formó en medio del egoísmo caudillista, la violencia terrateniente y la sinrazón que despojó al campesino de su tierra en momentos en que la historia apuntaba hacia el desarrollo agrario. Estado que legitimó el derecho “democrático” de liberales y conservadores para alternarse en el gobierno entre sus dos partidos políticos, impidiendo el acceso a otras posibilidades partidarias; y encima, con una religión oficial que la sometió, por fuerza de un Concordato con la Santa Sede, a una educación respetuosa del statu quo y a una jerarquía social basada en los privilegios hereditarios.


Carlos Fuentes, escritor mexicano, retrató esta misma situación en Latinoamérica, indicando que somos un continente en búsqueda desesperada de su modernidad, y en esa búsqueda se ha enfrentado a sí misma. Ha dicho: 


“ …demasiadas veces hemos reaccionado violentamente contra semejante búsqueda, prefiriendo preservar el lastre de sociedades anacrónicas, patrimonialistas, (...) en las que la voluntad del jefe, los intereses de su clan y las recompensas debidas a sus ejércitos de parásitos y pistoleros, crean un mundo irracional de capricho político y de violencia impune (...)" [1]


De generación a generación se aprendió que la justicia no opera para amparar a quien tuviere la razón sino al que tuviese más poder; aprendimos que la sensatez como cualidad de cordura, entendimiento, raciocinio y buen juicio, no se entiende como cualidad individual de alguien que en sus actuaciones antepone la razón a la pasión; se aprendió que “el pez grande se come al pez chico” y ya en la era digital, que “el pez rápido se traga al más lento”. Es una cultura colectiva que debe desaprenderse también colectivamente.


Y aquí está el punto sobre la escuela. ¿Por qué ésta no participa, con todos sus agentes, en el debate del Cambio Histórico, de la Paz Total, las reformas de la salud, laboral y pensional? La escuela, así como está hoy, está fuera de ser protagonista de cambios e impactos sociales. El esfuerzo le toca hacerlo solo al gobierno de la “Colombia Potencia de la Vida” allí en los vericuetos del Congreso de la República, dejando el sinsabor de la tramoya de unos “representantes” de la democracia representativa, que prefieren oponerse a todo cambio, en tanto no se les conceda privilegios egoístas.


Más allá de los debates electorales, donde las cosas son claras y comprensibles para todos, la verdad es que, -llegado el momento de promover reformas económicas, sociales, políticas y culturales, o simplemente ejecutar los programas del gobierno- las instituciones educativas no cuentan, o mejor dicho, son el eslabón incontable. Es como si no hubiera confianza en ellas y en sus docentes y peor aún, ellas y ellos mismos no se tienen confianza”[2]. En el caso de Colombia, la barrera que se opone a una convocatoria de las instituciones educativas para que jueguen un papel protagónico en la promoción y difusión de las reformas y programas del gobierno del Pacto Histórico, van desde la reflexión pedagógica sobre los temas, hasta las actitudes indeseables y dramáticas de congresistas que cursan un proyecto de ley en el Congreso de la República para prohibir la participación del magisterio en marchas y protestas, sin excluir la inmovilidad ingenua de una izquierda, definida e indefinida, que supone a docentes e instituciones solo como vanguardias de calle y primera fila en las protestas y reivindicaciones; pero de ahí en adelante, nada de nada en lo pedagógico.


Por eso, el alma a veces no alcanza para ganar batallas, la utopía se desvanece por falta de reflexión pedagógica y pensamiento crítico, por falta de fuerzas soberanas y populares que la eleven a un primer plano en la discusión académica de los maestros. Es necesario desaprender esta cultura colectiva y política. La escuela tiene un gran poder de convocatoria que parece no reconocer cuando debería ser imposible no ver a sus agentes trenzados en la reflexión crítica, pedagógica y didáctica sobre la política de paz y de las reformas que la acompañan; por ejemplo, en cómo se curricularizan todos estos asuntos con la enseñanza de las disciplinas, para avanzar en una cultura inspiradora de la “educación soñada”.


Cuando decimos “avanzar en una cultura”, me refiero a que la escuela tiene, como dijo Gramsci[3], dos tareas fundamentales: primero, introducir al estudiante en el mundo de las cosas, es decir, en el mundo de la ciencia y del conocimiento y segundo introducir al estudiante en el mundo de los hombres, es decir, en la sociedad civil y en la sociedad política. Esas son las dos tareas generales de la escuela.


Preocupa entonces que en la coyuntura que se ofrece sobre la reforma a la educación se enfatice más en los problemas reivindicativos de la organización gremial de los maestros, en la construcción de las sedes universitarias (para 500.000 estudiantes) y temas de infraestructura, que en los problemas pedagógicos que necesitan solución para que el alma alcance y promueva una nueva cultura, colectiva y política, ganadora de batallas.


 

Referencias.

[1] Fuentes, Carlos, Valiente nuevo mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1990, pp. 10-11

[2] Pernett, José A, El aula como escenario natural del maestro, Blog Educación y Gestión Prospectiva, Bogotá 2023

[3] Boggs, Carl, El Marxismo de Gramsci, Premia editora, México, 1978 pg. 88




 

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